CATEQUESIS SOBRE LA EUCARISTIA.

Estas reflexiones han sido sacadas de homilías y catequesis de los últimos papas) Francisco, Benedicto y San Juan Pablo ll y del predicador de la curia Ranieri Cantalinosa y reflexiones del P. Raúl Becerril.

I. Introducción:

La Misa nace del amor de Cristo, como testamento de amor, la víspera de su muerte: “habiendo amado a los suyos que estaba en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). El cenáculo de la primera Eucaristía, es una llamada al amor, a un amor sincero, bello, limpio, penetrante, humilde, lleno de color y de vida.

1. SIGNIFICADO DE PARTIR, REPARTIR Y COMPARTIR EL PAN PARA EL CRISTIANO

Mientras cenaban, tomó pan, pronunció la bendición, lo partió [ἔκλασεν] y se lo dio diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. (Mc 14,22)

1. El pan partido es el Jesús que rompe, que desinstala.

Jesús no termina en la cruz por casualidad, sino por todo un estilo de vida. Porque se hace incómodo e insoportable. Jesús desde su simplicidad destroza todas las mentiras y ambigüedades en que nos movemos.

Rompe estatus, rompe mentalidades, rompe tradiciones, rompe modos religiosos, rompe el templo, rompe el orden social injusto (desordenado), rompe con prestigios y poderes… rompe con la familia.

Curiosamente en la liturgia eucarística rompemos el pan mientras proclamamos "cordero de Dios que quitas el pecado del mundo". No es un quitar mágico, celeste, sino bien terrestre, con ese gesto estamos diciendo que Jesús:

● Rompe con el culto formal y vacío para edificar un culto en espíritu y en verdad.

● Rompe con la mentalidad del mérito, con la mentalidad del cumplimiento.

● Rompe con los privilegios…

● Rompe con las apariencias

● Rompe con una economía basada en el beneficio, en la explotación, que busca el lucro.

● Rompe con el instinto de conservación de la propia vida… si el grano de trigo no cae en tierra y muere.

2. El pan partido es Dios mismo que se rompe.

En Jesús es Dios mismo que se entrega, se rompe. Y Dios se rompe cada vez que hay cruces en nuestro mundo.

Pan repartido. Tomó el Pan y lo dio a sus discípulos…

Repartir es Regalar, todo lo contrario que apropiarse.

En los distintos relatos eucarísticos de la multiplicación aparece con fuerza este aspecto. La primera tentación es desentenderse, que el problema se arregle como se pueda. Pero Jesús les implica en la solución ofreciendo de lo suyo. Apropiarse es aprovecharse de una posición de ventaja para quedarse para uno con algo que es de todos. Esta es una tentación omnipresente.

Repartir es Distribuir.

Tomen, esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. 24 Les dijo: —Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos "[ὑπὲρ πολλῶν] (Mc 23-24).

La distribución es el paso previo y necesario para llegar al «con» del compartir. No se puede compartir sin distribuir porque no se comparte desde la distancia. No se puede compartir si las barreras nos separan.

Distribuir tiene una dimensión de globalidad. Salir del particularismo, de los egoísmos colectivos, un nosotros reducido que no es más que un yo ampliado en términos de clase social, de partido, de profesión, de familia, de nación… Todo derecho que no es universable no es un derecho, es un privilegio.

3. Pan compartido

"Se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones (Hech,2,42).

Es la restauración de nuestro mundo: el encuentro, la nueva familia de Dios. Es el gran sueño de Dios, que expresa de manera de modo singular en el banquete eucarístico.

Por eso la Eucaristía es mucho más que un rito, es todo un sacramento. Como todos los sacramentos, si no expresan la verdad del corazón son profanación de lo sagrado. Comen su propia condenación, dirá Pablo a los Corintios.

11. ¿QUÉ SIGNIFICAN CUERPO Y SANGRE?

1.  Significado de la palabra cuerpo y sangre

La palabra cuerpo en el lenguaje bíblico indica, toda la vida. Jesús, al instituir la Eucaristía, nos ha dejado como don toda su vida, desde el primer instante de la encarnación hasta el último momento, con todo lo que concretamente había llenado dicha vida: silencio, sudores, fatigas, oración, luchas, humillaciones...

La palabra “sangre añade la muerte. Después de habernos dado la vida, nos da también la parte más preciosa de ésta: su muerte.

Si Jesús ofrece su vida y su muerte en la Eucaristía ¿qué ofrecemos nosotros al entregar nuestro cuerpo y nuestra sangre junto con Jesús en la misa? Debemos ofrecer también lo mismo que ofreció Jesucristo: la vida y la muerte. Cuando el sacerdote dice este es mi cuerpo le ofrecemos al Señor todo aquello que constituye la vida que llevamos a cabo en este cuerpo: tiempo, salud, energías, capacidades, afecto, quizá esa sonrisa que sólo un espíritu que vive en un cuerpo puede ofrecer y que es, a veces, algo extraordinario.

Cuando dice: esta es mi sangre debemos expresarle al Señor la ofrenda de nuestra muerte; pero no necesariamente la muerte definitiva, sino todo aquello que, en nosotros, desde ahora, prepara y anticipa la muerte: humillaciones, fracasos, enfermedades, limitaciones debidas a la edad, a la salud, todo aquello que nos “mortifica”. Todo esto exige que cada uno de nosotros, de inmediato salgamos de la misa, nos pongamos a realizar lo que hemos dicho: esto es, nos esforcemos realmente en ofrecer para los hermanos nuestro “cuerpo”, es decir, nuestro tiempo, nuestras energías, nuestra atención; en una palabra, nuestra vida.

2. Hacer de nuestra vida una Eucaristía para los demás.

Tratemos de imaginar qué sucedería si celebrásemos la Misa con esta participación personal:

⮚ Si dijéramos realmente todos, en el momento de la consagración, unos en voz alta y otros en silencio, cada uno según su ministerio: Tomad, comed... Imaginemos una madre de familia que celebra así su misa y después va a su casa y empieza su jornada hecha de multitud de pequeñas cosas. Su vida es, literalmente, desmigajada…Es una eucaristía junto con Jesús.

⮚ Pensemos en una religiosa que viva de este modo la Misa; después también ella se va a su trabajo cotidiano: niños, enfermos, ancianos... Su vida puede parecer fragmentada en miles de cosas que, llegada la noche, no dejan ni rastro; una jornada aparentemente perdida. Y, sin embargo, es eucaristía; ha “salvado” su propia vida.

⮚ Imaginemos un sacerdote, un párroco, un obispo, que celebra así su misa y después se va: ora, predica, confiesa, recibe a la gente, visita a los enfermos, escucha... También su jornada es Eucaristía. Un gran maestro de espíritu, decía: “Por la mañana, en la misa, yo soy el sacerdote y Jesús es la víctima; durante la jornada, Jesús es el sacerdote y yo soy la víctima”.

⮚ ¿Y los jóvenes? ¿Qué tiene que decir la Eucaristía hoy a los jóvenes? Basta que pensemos una cosa: ¿Qué quiere el mundo de los jóvenes y de las chicas, hoy? ¡El cuerpo, nada más que el cuerpo! El cuerpo, en la mentalidad del mundo es esencialmente un instrumento de placer y de goce. Algo que vender, exprimir mientras se es joven y atractivo y luego para tirar, junto con la persona, cuando ya no sirve para estos fines. Especialmente el cuerpo de la mujer se ha convertido en mercancía de consumo. Pensemos en el uso que de él se hace en el mundo del espectáculo, en cierta publicidad, en los periódicos, televisiones, internet.

Invitamos a los jóvenes y a las jóvenes cristianas, a decir en el momento de la consagración: Tomen, coman, esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Así se consagra el cuerpo, se convierte en algo sagrado, ya no se puede “dar en alimento” a la concupiscencia propia y ajena, ya no se puede vender, porque se ha entregado. Se ha hecho Eucaristía con Cristo.

El “cuerpo” no es sólo sexualidad. Decir: “Esto es mi cuerpo” significa, para un joven, decir también: ¡Esta es mi juventud, mis ganas de vivir, mi entusiasmo, mi alegría, mi esperanza: todas las cosas de las que quiero hacer un don también para ustedes!

Pero no hay que olvidar que también hemos ofrecido nuestra “sangre”, es decir, nuestras pasiones, las mortificaciones. Éstas son la mejor parte que el mismo Dios destina a quien tiene más necesidad en la Iglesia. Cuando ya no podemos seguir ni hacer aquello que queremos, es cuando podemos estar más cerca de Cristo. Gracias a la Eucaristía, ya no existen vidas “inútiles” en el mundo; nadie debería decir: “¿De qué sirve mi vida? ¿Para qué estoy en el mundo?” Estás en el mundo para el fin más sublime que existe: para ser un sacrificio vivo, una Eucaristía con Jesús.

3.El hombre es lo que come

Gracias a la Eucaristía, el cristiano es verdaderamente lo que come. Hace ya mucho tiempo, escribía san León Magno: “Nuestra participación en el cuerpo y sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos”

Pero escuchemos lo que dice, a propósito de esto, Jesús mismo: Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí (Jn 6, 57).

A quien se acerca a recibirlo Jesús le repite lo que decía a Agustín: “No serás tú quien me asimile, sino que seré yo quien te asimile”

4. Una apropiación indebida

¡En cada comunión Cristo nos “instiga” a hacer una apropiación indebida! (“Indebida”, es decir, ¡ no merecida, puramente gratuita!). Nos permite apoderarnos de su santidad. ¿En dónde se realizará, en la vida del creyente, ese “maravilloso intercambio”? En la comunión. Allí tenemos la posibilidad de dar a Jesús nuestros harapos y recibir de Él el manto de la justicia (Is 61,10). En efecto, está escrito que por obra de Dios se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención (1Co 1,0). Lo que Cristo se ha convertido “para nosotros” nos está destinado, nos pertenece. Es un descubrimiento capaz de poner alas a nuestra vida espiritual.

lll. LOS FRUTOS DE UNA ESPIRITUALIDAD EUCARISTICA

1. La Eucaristía debe llevar a la multiplicación de los panes, al compartir, a preocuparnos de las necesidades concretas del prójimo, a implicarnos como Jesús en la misión. Como dice Bnedicto XVI; desde la Eucaristía nace una nueva e intensa asunción de responsabilidades a todos los niveles de la vida comunitaria, nace por tanto un desarrollo social positivo, que tiene en el centro a la persona, especialmente cuando es pobre, enferma o desgraciada.

2. La Eucaristía nos pone en la lógica del amor que se entrega. Dice Benedicto XVI que nutrirse de Cristo es el camino para no permanecer ajenos o indiferentes a la suerte de los hermanos, sino entrar en la misma lógica de amor y de entrega del sacrificio de la Cruz; quien sabe arrodillarse ante la Eucaristía, quien recibe el cuerpo del Señor no puede no estar atento, en la trama ordinaria de los días, a las situaciones indignas del hombre, y sabe inclinarse en primera persona hacia el necesitado, sabe partir su pan con el hambriento, compartir el agua con el sediento, vestir al desnudo, visitare al enfermo y al encarcelado (cfr Mt 25,34-36). En cada persona sabrá ver al mismo Señor que no dudó en entregarse a sí mismo por nosotros y por nuestra salvación.

3.  Implicaciones de una espiritualidad eucarística

● Una espiritualidad eucarística, entonces, es verdadero antídoto contra el individualismo y el egoísmo que a menudo caracterizan la vida cotidiana, lleva al descubrimiento de la centralidad de las relaciones, a partir de la familia, con particular atención en curar las heridas de las disgregadas. ● Una espiritualidad eucarística es el alma de una comunidad eclesial que supera divisiones y contraposiciones y valora la diversidad de carismas y ministerios poniéndolos al servicio de la unidad de la Iglesia, de su vitalidad y de su misión.

● Una espiritualidad eucarística es el camino para restituir dignidad a los días del hombre y por tanto a su trabajo en la búsqueda de su conciliación con los tiempos de la fiesta y de la familia y el compromiso de superar la incertidumbre de la precariedad y el problema del paro.

● Una espiritualidad eucarística nos ayudará también a acercarnos a las distintas formas de fragilidad humana, conscientes de que éstas no ofuscan el valor de la persona, sino que requieren proximidad, acogida y ayuda.

Del Pan de la vida tomarán vigor una nueva capacidad educativa, atenta a dar testimonio de los valores fundamentales de la existencia, del saber, del patrimonio espiritual y cultural; su vitalidad nos hará habitar en la ciudad de los hombres con la disponibilidad de gastarnos en el horizonte del bien común para la construcción de una sociedad más justa y fraterna.

No hay nada de auténticamente humano que no encuentre en la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud: que la vida cotidiana se convierta por tanto en el lugar del culto espiritual, para vivir en todas las circunstancias la primacía de Dios, dentro de la relación con Cristo y como ofrenda al Padre (cfr Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 71). ¨

Los que nos alimentamos de él debemos llevarlo a la vida cotidiana. Él tiene que ir donde vamos, tiene que vivir donde vivimos. El mundo y la vida cotidiana tienen que ser su templo. Comulgar significa: tomarlo, recibirlo con todo nuestro ser. No se puede comer simplemente el Cuerpo del Señor, como se come un trozo de pan

5. En la Eucaristía se realiza también una comunión horizontal, esto es, con los hermanos.

Al acercarme a la eucaristía ya no puedo desentenderme del hermano; no puedo rechazarlo sin rechazar al mismo Cristo y separarme de la unidad. El Cristo que viene a mí en la comunión, es el mismo Cristo indiviso que se dirige también al hermano que está a mi lado; por así decirlo, él nos une unos a otros, en el momento en que nos une a todos a sí mismo.

San Agustín nos recuerda que no podemos obtener un pan si los granos que lo componen no han sido primero “molidos”. Para ser molidos no hay nada más eficaz que la caridad fraternal, especialmente para quien vive en comunidad: el soportarse unos a otros, a pesar de las diferencias de carácter, de puntos de vista, etc.